Al nacer, los bebés se parecen a la mamá o al papá, tiene los ojos de la abuela y la boca del papá. Como a un pequeño Frankestein, se le van pegando igual que las figuritas en un album, las etiquetas y palabras que van definiendo personalidades, parecidos a alguno de los principales miembros de la familia.
Por supuesto, papá y mamá son los principales actores y las identificaciones que se «pegan» a la piel del niño/niña, se van sutilizando, y ya no hablamos de los ojos sino de la mirada, los hábitos, gustos, preferencias, pensamientos, creencias. El infante recibe esta información como material indispensable para construir su aparato psíquico, y con él, su subjetividad, es decir, su condición de ser persona.
Se le va indicando al pequeño sujeto, que le gusta la leche chocolatada fría, igual que al hermano mayor, no le gusta la oscuridad, como a la mamá cuando era niña, le gusta bañarse como al padre, siempre limpito, o no le gusta la polenta, como a la abuela.
Estas características, que «se le informan» al niño/niña, sobre la base de alguna coincidencia circunstancial, son las llamadas identificaciones, que muy rápidamente, pasan a formar parte del psiquismo como si fueran propias, es decir, nacidas del propio sujeto en formación. Tanto el que aporta, como el que recibe la identificación comparten la misma creencia. Cuál? Tanto el padre o la madre, como el niño/niña, asumen que las semejanzas no son identificaciones, especialmente inculcadas, inscriptas por el adulto, sino que se trata de pensamientos, gustos y personalidad del pequeño sujeto que va construyendo, «per se» es decir, por propia voluntad, su subjetividad, su particular manera de ser.
Es este proceso algo malo, dañino? No, al contrario. Es absolutamente necesario. Los humanos, al igual que otras especies, necesitamos de estos modelos para construirnos, para tener un aparato psíquico que funcione lo suficientemente bien, como para crecer, ser adultos y funcionar en sociedad.
Pero, hasta cuándo el ser humano necesita identificarse con otros?
A qué edad es bueno que cada quien, se vuelva a preguntar si es verdad que no le gusta la fruta? O sea, es posible cuestionar si la identificación con la madre, o el padre, es vigente? Cuánto de cierto hay en la personalidad del adolescente, o adulto joven, en sus parecidos, a sus progenitores?
Cuánto de esas semejanzas, son una manera de tener un lugar en la madre, o el padre? es decir, ser amados y aceptados por ellos?
No hay edad para decidir que todo lo recibido como donación de amor, en forma de palabras, símbolos e imaginarios, tiene que pasar por el filtro del deseo y «actualizarse» tal como las aplicaciones del software de un celular o compu.
Y lo que quede luego de tal «reseteo» es lo que hay. O sea, le guste a quien le guste, de los donantes, la persona que emerge de dicha nueva puesta a punto del psiquismo, es más verdadera que la anterior, y por ende, se supone, más libre.
Eso creo.
Alguien quiere aportar alguna observación?
Excelente nota Adriana. Inclusive a medida que modificamos nuestras estructuras internas… no es una manera de volver a nacer? Porque a veces uno siente que ya es otra persona…